Apago la luz, trato de conciliar el sueño, pero se me escapa, regresa, desaparece de nuevo, me juega una mala broma. Finalmente no es tan malo, la luz de la luna me alumbra a través de la ventana, haciendo que me olvide del silencioso paso del tiempo en la madrugada.
Vuelvo a la cama, ahora con una débil luz encendida, creo que intentaré leer, no porque la lectura me resulte somnífera, sino para que al menos la vigilia sea provechosa. Una página, dos, tres, veintitrés, y pasan apenas 47 minutos. Doris Lessing no consigue atrapar mi concentración esta noche y mi imaginación viaja por otros lugares, recuerdos y asuntos pendientes. Mala combinación.
¿El examen es dentro de una semana, o equivoqué la fecha en mi agenda?, ¿será que olvidé cerrar bien la puerta?, ¿o la ventana de la cocina? El subconsciente me dice que todo está bajo control, pero la incertidumbre sirve de pretexto para continuar despierta, bajar a oscuras las escaleras y corroborar que todo siga en orden. Sólo se vislumbra el reflejo de la luminaria en la calle, mientras el cúcú me recuerda que ha transcurrido una hora más y es momento de volver a la cama.
Doy vueltas de un lado a otro, me asaltan los recuerdos, la nostalgia, e incluso la creatividad nocturna, esa que a veces nos hace tanta falta durante el día en medio del ajetreo cotidiano, y que insolente, descortés, maravillosa, hace su aparición a altas horas de la noche cuando nuestra mente se encuentra en paz. Así, una súbita idea me despierta por completo y corro de puntillas para anotarla, casi se me escapa, pero logro aferrarme a ella. Quizás ni era tan brillante a fin de cuentas, pero ya la analizaré mañana…
¿”Mañana”? ¡Pero si ya es “hoy”! mi cuerpo comienza a sentir cansancio, pero mi mente sigue envuelta en divagaciones; algunas con lucidez, otras sin mucho sentido real. ¿Qué hacer cuando el insomnio te toma como prisionero, mientras que la noche con su encanto inexplicable te invita a soñar serenamente?
Quedan seguramente muchos sueños por experimentar, si es que las pocas horas que me restan para dormir son tan prolíficas como lo han sido mis muchas horas de insomnio acumuladas. Los pensamientos comienzan a diluirse, el cantar del grillo afuera de mi ventana es más lejano a cada minuto que pasa, y antes de dormir, pienso con alegría, parafraseando a Jaime Sabines: “[…] y estoy segura que habrá de amanecer…”
¡wow! Me encantó, no es que tenga muchas noches de insomnio. Pero creo que tu forma de relatar todo aquello que uno siente en aquellas noches es genial, donde nuestro cuerpo ya no aguanta pero la mente anda de arriba para abajo. Aveces me ha pasado eso de las ideas, y más cuando la inspiración bombardea mi mente sobre qué escribir en el blog o cómo redactarlo. En fin, será mejor que practiquemos la manera de educar nuestra mente a los horarios de trabajo. :D
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